jueves, 17 de octubre de 2013

TRAVESIAS - Por: Benjamin Parra


Recorridos del alma hacia fronteras desconocidas. Viajes exploratorios hacia un territorio donde las cuestiones de la vida sean, al menos, diferentes. Pasadizos para dejar atrás el tedio, el cansancio, la decepción. Expediciones hacia el interior de uno mismo a ver si se encuentra lo primigenio, lo original, el dibujo sin retoques.

Cuando se inicia un viaje para cumplir una tarea no es lo mismo. Uno va con un programa fijado, con reuniones, compromisos, responsabilidades. Pero cuando se aborda un tren, un bus, un avión sólo porque uno quiere huir y al mismo tiempo buscar, sin agendas, sin expectativas, es muy distinto. Uno tiene tiempo para mirar, para oler, para palpar, para oír. Se puede uno detener en un mercado, en una plaza, en un café y darse el lujo de los ojos llenitos de novedad.

Hay travesías que son aventuras épicas. Se ha desprendido uno de las seguridades, de los controles, de las obligaciones cotidianas. Se ha alejado de las personas que quería – o de las que no – y se asume una soledad de recluta, de novato en el difícil oficio de la soledad. Se tropieza uno con los reclamos del afecto ausente, con la nostalgia de los sitios que amaba.

Tiene uno que aprender que un litro de leche se va a echar a perder en la heladera y entonces tiene que comprar cartoncitos de un cuarto y que los supermercados no venden zanahorias sueltas. Se encuentra uno con que siempre queda un lado de la cama sin deshacer y que hace un frío inesperado en las mañanas de abril. Se descubre que un plato, una taza, un cubierto bastan y sobran y que las ganas de comer no son las mismas que cuando alguien viene de visita.

Hay otras travesías que son una fiesta. Uno se fue para celebrar el aniversario de la vida sin mochilas cansadas ni veranos sin sol. Se siente uno liviano y veloz. Todo tiene promesas, todo ofrece oportunidades. Se descubre que basta un bolso, un cuaderno y algunos libros. Se come en cualquier parte y se duerme donde cae la noche. No hay urgencias laborales ni exigencias protocolares. Tres mudas de ropa son todo el ajuar que exige la travesía. Se puede quedar uno toda la mañana tendido en una playa blanca, emborrachándose de sol y mar infinito.

La travesía no tiene final conocido. Sólo se reconoce que ya terminó cuando uno ya no se quiere ir más, cuando encuentra un sitio que abraza sin asfixiar y lo retiene sin cadenas…

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