miércoles, 16 de octubre de 2013

EL CAMINO ELEGIDO



“Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, / yo tomé el menos transitado, / y eso hizo toda la diferencia” (El camino no elegido, Robert Frost). 


Había tomado yo el camino más transitado. Me sedujo el rumor de la multitud que apaga el sonido de la soledad interior. Seguí las señales seguras. Me amparé en la protección de los vigilantes. Quise la garantía de cierto éxito, la comodidad de lo conocido, el saber concertado por los instructores, vivir más o menos en paz. Tal vez lograr alguna reputación, un lugar entre los ganadores, dejar un legado suculento para las hijas. Anduve ese camino demasiados años por diferentes razones.

Aunque algo tarde, un día – o un mes o un año, ya no me acuerdo cuánto tardó – elegí otro camino. Hubo que despojarse de mapas, mochilas, brújulas y toda clase de garantías. 

Recuerdo una mañana en particular: tendido de espaldas bajo unos manzanos, sobre mí un cielo azul imposible de describir, llorando a gritos, sentí el apremio, el desespero por despojarme de todo lo aprendido. Eones de tiempo pasaron sobre mí y con ellos el desfile de los discursos, las reverencias, los códices, los reglamentos, los lugares comunes, las consignas, las exigencias, el protocolo, los principales señores y sus cátedras del miedo y la condena, el lago de fuego ardiendo y las calles de oro y simplemente no quise más. Se lee linda esta descripción. Romántica en el puro sentido del término. Pero la verdad es que fue un cataclismo, un terror colosal. Todos los miedos, todas las angustias, todos los horrores de la soledad y el extrañamiento entraron a saco en mi atribulada conciencia.

Sin embargo, de a poco me fue sorprendiendo una cierta paz, un desapego saludable, un alejamiento sanador. Sacudidos los estigmas ancestrales, la conciencia quedó disponible para hacer preguntas, para descreer, para dudar. Los íconos estuvieron a mano para ser destruidos o simplemente descartados. El poder de la vieja institución se desplomó bajo el peso de la evidencia a ojos vista. Como el niño del cuento, pude ver cuán desnudo estaba el rey en realidad.

Es un camino poco transitado. Como en las extensas carreteras del desierto, hay que cargar mucho combustible porque hay períodos largos en donde sólo te tienes a ti para acompañarte. Pero se siente bien – la mayor parte del tiempo…

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