“Puesto
que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole,
y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de
sus hijos.
Y es que la educación de los hijos es
una de las tareas más importantes que ocupa a la familia.
Los padres son los
encargados de educar y potenciar a sus hijos en el proceso de convertirse en
persona. A grandes rasgos educar supone
dar seguridad, afecto, transmitir valores, saber poner límites y decir no.
Y
para saber educar quizá no se necesitan grandes cosas sino partir de lo
esencial como lo supo transmitir San
Juan Bosco “La base de toda educación es
una cuestión del corazón”.
Sin embargo es cierto que en cuestión de
la educación de los hijos uno de los
temas que más suelen inquietar a los padres son los que tienen que ver con las
normas, los límites y la autoridad.
Todos sabemos que hoy en día en general el
concepto de autoridad tiene mala prensa en cualquier ámbito porque lo de estar
dentro de una jerarquía parece no gustarnos, y así ha pasado en la familia, si
nos dirigimos al diccionario de la Real Academia Española obtenemos la
definición en la que se denomina a la familia como a “grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas”, a pesar
de lo simplista de la definición y de lo que podríamos criticarle, una de las
ideas que estaban implícitas en la definición era el concepto de autoridad, que
desde 1984 desapareció.
Por todo ello vemos que la Institución Familiar
ha perdido en gran medida como tal su autoridad, obviando las palabras siempre
vivas de nuestro beato Juan Pablo II ¡“Familia se lo que eres”! La familia se
ha doblegado ante una sociedad que la ha señalado como poco democrática; pero
pasa lo que pasa y es que una familia no puede reducirse a una democracia, y
esta idea así la expone el filosofo Fernando Sabater: “Para que una familia funcione educativamente es imprescindible que
alguien en ella se resigne a ser adulto”.
Así es hay que recuperar la figura del adulto,
la figura del padre y de la madre que siguiendo una jerarquía están por encima
de los hijos, y en esta tarea son ellos los que tienen que creérselo, -no puedo
pedir a mi hijo que respete unos límites si yo antes no se para que se lo digo
y si no me creo con autoridad-.
Y en esto ambos padres deben de estar en
sintonía. No vale que uno sea el bueno y el otro el malo, pues de esta manera
los niños van en busca de alianzas. Los padres son los que ponen las normas y
los límites, no hay democracia en una familia, hay una jerarquía y hay que
respetarla.
Pero en esta misión a veces nos
percatamos como tantas veces que la autoridad fracasa y caemos dos posibles
errores:
-
El Autoritarismo: que el hijo
haga todo lo que le digan sus padres anulando su personalidad convirtiéndose en
una persona sumisa. A veces nuestros propios impulsos o nuestro cansancio
pueden llevarnos a esta actitud con nuestros hijos. No debemos olvidarnos que los
padres somos figuras de contención si nos descontrolamos nosotros, nuestros
hijos sentirán que nadie puede contenerlos o controlarlos.
-
La Permisividad: un niño cuando
nace no tiene conciencia de lo bueno/malo. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o
lo que está mal. Nos invade el miedo a no frustrar a nuestros hijos. Y con ello
evitamos esa experiencia que realmente lleva a crecer desde algo negativo que
sucede y que favorece su responsabilidad. Pero nos equivocamos porque los niños
necesitan referentes. Un hijo al que
nadie le corrige cree que sus padres no le valoran.
A todo esto los límites son: reglas, normas o acuerdos que permiten una adecuada convivencia, se necesitan para
mantener un orden interno y son un marco de referencia.
Nos encontramos
desde el nacimiento con un
conjunto de normas que están fijadas por la propia naturaleza: la necesidad de
alimentarse, descansar, etc. También nuestra sociedad y cultura nos fijan esta serie de normas o pautas de
comportamientos. No quiere decir con esto que estemos presos de normas, la
persona es libre y sociable, pero para que la convivencia sea posible, su
libertad debe respetar la de los demás. Con
lo cual los límites no son incompatibles ni crean ambientes
restrictivos.
Cuando Logramos poner límites en la familia
nos damos cuenta que se consiguen muchos beneficios, entre otros: promovemos el desarrollo de la identidad personal de nuestros hijos,
les aportamos mayor atención y mayor cariño y mayor confianza en sí mismos.
Y por último
siempre es importante que tengamos en cuenta una serie de características que
deben ser: 1.
Razonables y a la
medida de los hijos. 2.
Pocos e importantes. 3.
Justos.
Así como
una serie de principios para establecerlos:1.
Cuanto antes mejor. 2.
Siempre con acuerdo entre los padres/cuidadores para la transmisión de valores.3.
Definirlos de manera
clara y sencilla y específica.4.
Formularlos de manera positiva. 5.
Cuidar las
formas y buscar el mejor momento.6.
Incorporar a los
hijos al establecer las normas y límites.
Conforme van creciendo, es conveniente contar
con ellos para poner una norma nueva
o modificar otra ya establecida.
Por lo tanto concluimos que poner normas y límites en la familia es algo valioso que significa definir lo que cada miembro puede y debe realizar. Fijar límites en la educación de nuestros hijos, es aportarles referencias con las que desarrollar su personalidad y sus criterios para tomar decisiones. Es nuestra manera de comunicarles que nos importan, de darles una mayor atención y cariño.
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