En contabilidad se suele cuantificar el patrimonio de una persona o empresa sumando todos los bienes que posee, los mismos que pueden dividirse en activos tangibles e intangibles.
Los activos tangibles son aquellos que podemos ver a simple vista como el dinero, autos, inmuebles, terrenos, etc. Los activos intangibles son los que no pueden ser vistos pero aportan un valor agregado, por ejemplo: la ubicación geográfica de un inmueble aumenta su costo, un negocio a la venta que cuenta con clientela fija puede valer más, una empresa con un nombre reconocido puede ser más costoso, etc.
Estos dos activos se suman para darle el valor real a un patrimonio. Esta lógica es la más adecuada cuando se trata de objetos materiales, pero lo malo es que muchos suelen hacer lo mismo al tiempo de juzgar a las personas, e incluso para darse valor a sí mismos.
Entonces pesan más los aspectos físicos, el dinero, el trabajo, la raza, las posesiones materiales, etc. y lo intangible es relegado al olvido: valores morales, espíritu, madurez, santidad, pureza, habilidades, carácter, etc.
Cuando un contador hace el recuento de un patrimonio, normalmente los activos tangibles están sujetos a depreciación, es decir, se suele cuantificar el desgaste que sufre un objeto y con el tiempo, pierde su valor. Esto mismo es lo que pasa con todo lo material que nos rodea e incluso con nuestro aspecto físico, es decir que con el tiempo se desgasta, se daña, se destruye y se pierde.
No podemos darle valor a nadie y mucho menos a nosotros mismos, solo por lo que podemos ver. Todo lo que nos rodea se desgasta y en algún instante dejará de existir. Pero lo intangible, es lo que permanecerá a través del tiempo sin que sea desgastado o se eche a perder.
Con razón Jesús nos pidió que pongamos mayor interés en el aspecto espiritual y en todo aquello que no podemos ver, para que nuestra riqueza sea duradera y el tiempo no lo dañe.
“No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Más bien amontonen riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se echan a perder ni los ladrones entran a robar.”
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