Las
emociones juegan un papel decisivo en la vida de toda persona. Pueden ser
nuestras peores enemigas o convertirse en las aliadas para una vida integralmente
plena. Lo que hoy es materia de la inteligencia artificial ya hace siglos lo
dijeron santos como Ignacio de Loyola: es necesario "gustar" el poso
que las cosas dejan en nosotros y saber sacar de ello una enseñanza útil para
la vida.
Está
claro que los jóvenes y adolescentes viven hoy en las redes sociales más horas
que en ningún otro espacio privado o público. Y su socialización se desarrolla
en ellas a infinidad de tecleos por segundo. Allí son y allí viven, sin embargo
¿puede esta comunicación sustituir a los amigos, al partido de fútbol del
domingo o a la charla sincera y despreocupada? ¿Qué hace con los sentimientos
el mundo digital?
La
singularidad de los nuevos medios de comunicación nos puede llevar a la
conclusión de que los "usuarios" no tienen sentimientos, de que son
máquinas que interactúan entre sí.
Un
"me gusta" o un "Retweet" son sólo un click en el teclado,
pero detrás de ellos hay personas que expresan, con ese simple gesto, emociones
profundas que buscan ser compartidas. Emociones e internet es un binomio que se
equipara a violencia en la mayoría de los casos, a fanatismo y maledicencia.
Y
es que es difícil vencer a la tentación cuando te sirve de barrera la frialdad
de lo virtual.
Es cierto que existen personas que usan internet para dar rienda
suelta a emociones negativas, pero también lo es que toda persona que está en
las redes, lo está también con sus emociones, y que internet se está postulando
como el medio predominante de socialización de las nuevas generaciones.
No podemos
hablar de evangelizar a través de las nuevas tecnologías si no nos sumergimos
en ellas, si no ponemos en juego todo nuestro ser y si no concebimos que detrás
de cada "perfil" hay un ser humano que siente anhelo de lo divino.
¿Podemos
ser personas, con toda la profundidad del término, en los limitados márgenes de
la pantalla de un teléfono?
Cuando comencé mi andadura en las redes sociales
volví a encontrarme con antiguos amigos a los que hacía tiempo que no veía.
También establecí un modo nuevo de comunicarme con la gente de siempre para
aquellos temas que la vida corriente no suele dejar espacio.
Luego conocí a
personas que, lejos de mí, hablaban mi mismo lenguaje, y ahora, me doy cuenta
de que en este entramado digital se mueven muchas de mis relaciones más
auténticas, más profundas y más constantes.
Allí nació iMision ¿dónde si no?
Allí conocí a @musiquita y @Forresttt, dos amigos que se han hecho para mí
auténticos hermanos. Allí llegué a compartir oración e ilusiones con los
seminaristas y sacerdotes de mi Diócesis. Allí vivo mi fe día a día.
¿Es
posible vivir en las redes sociales? ¿Es posible evangelizar a través de 140
caracteres? ¿Hablar de Dios? ¿Ser testigo?
Es, simplemente, lo que hace el
papa. Hablar desde y para las emociones, llevar a Dios en los labios y el
corazón y no tener miedo a la ternura, a sembrar y repartir ternura.
En mi
práctica diaria puedo decir que las redes me ofrecen todo un universo para
llevar el Evangelio a la vida. Y cuando me sumerjo, no puedo dejar de lado las
emociones de los demás ni las propias. Son el lazo invisible que nos hace
humanos, la letra de Dios en nuestra torpe escritura diaria. Como Santa Teresa
de Lisieux, yo también me siento misionera sin salir de mi tierra; ¡iMisionera,
claro!
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