martes, 8 de abril de 2014

INTOCABLE - Por: Ana Maria Frege



La lepra es una enfermedad conocida por su agresividad, es mutilante y siempre ha sido un motivo de vergüenza para los que la padecen. Se han encontrado datos de que esta enfermedad podría existir, aproximadamente, desde el año 2.000 a.C. o quizás antes.

En la Biblia vemos que los leprosos debían vivir apartados. Inclusive en el Antiguo Testamento se dice que la gente que padecía esta enfermedad era inmunda. Ya en el Nuevo Testamento, encontramos relatos de cómo Jesús sanó a varios leprosos, pero de ellos sólo sabemos que padecían la enfermedad, del único que tenemos referencia del nombre es de Simón, (Marcos 14:3) el dueño de la casa donde Jesús cenaba cuando la mujer vertió el carísimo perfume sobre Jesús. Pero aún así, no sabemos mucho más acerca de él. Podemos deducir que estaba infinitamente agradecido a Dios porque no sólo lo había sanado, sino que recuperó su vida, volvió a vivir después del toque del Maestro.

¿Imaginas lo que debió haber sido la vida de la gente que padecía esta enfermedad? Dejaban sus vidas y pasaban a la categoría de “leprosos”, es como si dejaran de ser personas. La gente que la sufría debía aislarse de su familia, de sus amigos, de la sociedad. Lo más difícil seguramente era no sentir nunca más un abrazo de su esposa, las manos de sus pequeños hijos tomando las de ellos o un buen apretón de manos con algún compañero de trabajo o quizás las celebraciones familiares. Pasaban a ser intocables.

Lo mismo sucede con muchas personas. Todos los días, vemos a alguien que se ha alejado de la sociedad, que ha decidido encerrarse en sí misma. El dolor, la amargura, el rencor y hasta quizás el odio han estado comiéndose poco a poco su corazón y han estado infectando su alma. Estos enemigos del alma tienen efectos tan letales como la lepra o quizás peores, porque silenciosamente van terminado con los sueños, las ganas de vivir, la esperanza, la fe, con las relaciones familiares y de amistad. Van consumiendo la esencia de cada ser humano.

Tal vez tu eres una de esas personas que por una infidelidad de tu cónyuge, la traición de un amigo, un despido injustificado, un fracaso financiero, la muerte de un ser querido o cualquier otra circunstancia, has permitido que el dolor tome el control de tu corazón y ha ido expandiéndose tanto que ese la amargura ha destruido todo. Has decidido alejarte de los demás, encerrarte en ti mismo y repasar en tu mente una y otra vez aquello que te marcó, que te hirió y lo único que has logrado es que tu vida se vea más ensombrecida y triste.

Hoy, Jesús te extiende su mano amorosa, quiere sanar tus heridas, limpiar aquellas que ya están infectadas, quiere sacar de raíz aquello que te carcome el alma, que vuelvas a sentir el calor de un abrazo, que vuelvas a sonreír, a tener sueños, que puedas disfrutar plenamente la vida que Él te da.

“Pues yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza”. Jeremías 29:11
No tienes que seguir viviendo como un intocable, Dios quiere devolverte la vida que te ha sido arrebatada y darte mucho más aún. Permite que cure tus heridas y te revele los planes que tiene para tu vida.

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