miércoles, 17 de diciembre de 2014

FRAGILIDAD



Salía del café para ir a hacer algunas compras. A escasos metros, sobre la vereda, una mujer tendida en el suelo; su rostro reflejaba un sufrimiento que era imposible identificar porque estaba inconsciente. Un transeúnte la había cubierto un poco con un jersey blanco y trataba de reanimarla. La gente la rodeaba y hacía llamadas de emergencia para su rescate.

De repente, la vida es una cuerda demasiado leve. Se corta o simplemente ocurre que el carrete se acaba. En ese instante, no hay creencia, filosofía ni actitud que permita eludir el sentimiento de la inmensa fragilidad del ser. Es cierto, se pueden tener sólidas convicciones acerca del presente y del futuro, pero es imposible evitar el estremecimiento frente al golpe de lo inesperado. Incluso cuando el fin es previsible debido a una larga dolencia, el instante supremo descompagina todo y el dolor igual se instala en las más íntimas fisuras del alma.

Las sociedades opulentas son las más renuentes a aceptar la volatilidad de la vida humana. Impera en ellas un verdadero culto a la seguridad y la salud. No es así en otros lugares del mundo, donde la existencia es mucho más precaria debido a las guerras constantes, la pobreza, las enfermedades endémicas y otras calamidades que hacen del ser algo insoportablemente leve.

La fragilidad de la vida puede actuar, sin embargo, como un conjuro contra el vértigo, como una convocatoria a temperar el giro loco de la existencia. Un llamado a una suerte de sobriedad a la hora de jugar las cartas disponibles. No es sólo la mirada del viejo que ve la proximidad de la extinción. La conciencia del fin es una noción que tuve temprano en la vida, porque siempre me pareció que era parte de la realidad. Fue bellamente ilustrada para mí por Albert Camus en el prólogo de Las Islas:

“Teníamos necesidad, por el contrario, de apartarnos un poco de nuestra avidez, arrancarnos por fin a nuestra barbarie feliz… Necesitábamos maestros más sutiles, y que un hombre… viniera a decirnos en un lenguaje inimitable que esas apariencias eran hermosas pero debían perecer, y por eso era necesario amarlas desesperadamente.”



Quizá sea precisamente esa conciencia de la fragilidad la que nos anime a pelear más intensamente por hacer realidad lo que soñamos y nos permita amar con desesperación todas las cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario