martes, 29 de julio de 2014

DOS ROSTROS


Se dice que a Leonardo Da Vinci le llevó algunos años terminar su famosa obra: “La Última Cena”. Cada uno de los protagonistas de esa pintura fue escogido, es decir, eran imágenes reales. El personaje central, debía seleccionárselo buscando un rostro que reflejara a una persona inocente, con gran paz y belleza. Una faz limpia y una mirada pura. Después de mucho tiempo, se lo encontró.

Pero también había que plasmar el rostro de Judas. Éste, en cambio, debería tener en su cara cicatrices y expresiones que denotaran avaricia, decepción y traición; una mirada fría y dura. También pasaron varios meses hasta localizarlo.

Refieren que al completar la obra, y mientras Da Vinci salía de la cárcel donde había dibujado a este hombre, se escuchó gritar: “¡Leonardo Da Vinci, mírame nuevamente, pues yo soy aquel joven cuyo rostro escogiste para representar a Cristo hace siete años!".

Impresiona conocer estos detalles, porque nos dan una gran lección. Cuántas veces dejamos a nuestros hijos solos, confiándonos en que seguirán siendo los niños buenos que no caerán nunca.

No estamos pendientes de los peligros a los que están expuestos, cuando llevan una vida tranquila pero sin Dios. Cuando no les enseñamos a frecuentar los sacramentos. Cuando no les damos ejemplo, llevando una vida de piedad sólida y coherente.

¿Qué rostro queremos para nuestros hijos? Indudablemente que el de Cristo. Para lograrlo, nuestra lucha deberá ser permanente, de todos los días, tratando de que nunca puedan soltarse de las manos de Dios.

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