martes, 24 de septiembre de 2013

JUVENTUD



Cierta vez escuché a mi hija mayor, entonces quinceañera, referirse a una compañera de colegio que estaba enamorada de un chico de veinticuatro años: “¡Pero ese tipo es un viejo…!” 


Entonces yo bordeaba los treinta y cinco. Hube de concluir que el candoroso juicio de mi hija me colocaba en la sección de los ancianos decrépitos. Hoy mi hija tiene esa edad y a mí todavía me parece una niña…

La juventud es una de las estaciones más breves de la vida. Uno vive más tiempo lejos de ella: adulto, mayor, anciano. Me pregunto si no es una época que sobredimensionamos. A veces no parece más que un espejismo, una brisa tenue sobre las arenas del tiempo. Los chicos rara vez dedican tiempo a reflexionar sobre el hecho que son jóvenes. Viven no más. Somos nosotros los que pensamos en ella.

Fuerza, idealismo, pasión desbordada, imprevisión, cambio acelerado. Descuido completo de horarios y almanaques. Disciplinas a mal traer las más veces. La fiesta, el fin de semana, los amores estacionales, los dramas épicos de las rupturas. Para nosotros los padres, la angustia, las preguntas, las incertidumbres, los miedos. Los vemos transformarse frente a nuestros ojos. Nos cuesta creer que esa criatura que dependía tanto de nosotros ahora tiene autonomía de vuelo, su propio pensamiento, su particular visión de mundo.

Nuestra propia juventud es una sombra. A veces blanca, a veces gris. Un recuerdo recurrente. Las fotografías viejas, los pantalones pata de elefante, los cintos de cuero con hebillas descomunales. Nos obligamos a tomar conciencia que no éramos tan diferentes de nuestros hijos. 


Claro, no había celulares, SMS’s ni Facebook y la marihuana era apenas una nota emergente en la locura de los setenta. Pero estábamos dispuestos a arrebatarle a la vida más que un ramo de sueños. Lo queríamos todo y lo queríamos ahora. Nos decíamos: Seamos realistas; soñemos lo imposible. Salimos a la calle a gritar que estaba prohibido prohibir y más de una vez clamamos: ¡Paren el mundo que me quiero bajar!

Me pregunto por qué tenemos tanto miedo de que nuestros hijos sean todo lo jóvenes que tienen que ser. Nos resistimos a darnos cuenta que es la misma historia repetida y que cada generación enfrenta la misma inevitable opción de vivir su tiempo y afrontar sus consecuencias. Pensemos que, habida cuenta de las excepciones, todos consideramos nuestra juventud como la época más preciosa de nuestra vida y que no morimos en el intento.

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