martes, 3 de septiembre de 2013

CANAS - Por: Benjamin Parra



Me está floreciendo el almendro, solía decir mi papá al verse las primeras canas en el espejo. Era el silencioso pero visible registro del paso del tiempo. Pero a él poco le importaba; luciendo sus impecables trajes de casimir y su sombrero ladeado al estilo Gardel, recorría ágilmente pasillos y oficinas cumpliendo sus labores de mensajero en una de las facultades de la Universidad Técnica. Nunca se rindió y vivió con risas y ganas hasta que un fulminante infarto lo derribó ya bien cerca de los ochenta años.

Todo pasa. Quedan atrás los placeres y los días. Aprendimos a hacerle fintas al dolor y a punguearle a la vida algún ramo de sueños. A veces nos iba bien y prosperábamos en las cosas que se supone un hombre debe hacerlo. Otras, perdíamos miserablemente y nos quedaba un sabor amargo, una agitación entre pecho y espalda. Crecían las hijas en medio de nuestros tropiezos con las complejas artes de criar. Las cosas que parecían tan sólidas se disolvieron en un maremoto gigantesco y en la orilla quedaron dudas, preguntas, perplejidades. En una sola generación cambió todo y las instituciones, caídas las rutilantes fachadas, dejaron a la vista su viejo gobierno de difuntos y flores.

A veces se tiene la inexacta percepción de que el sólo hecho de haber vivido muchos años lo hace a uno más sabio. Lo que sucede, en realidad, es que a medida que se desgranan los años y el final ya no es una cosa tan lejana, se va uno aferrando a un juego de convicciones y lugares comunes que dan la impresión de profundidad, de fortaleza; se les dice a los jóvenes que uno ya viene de vuelta, que no le cuentan cuentos, que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Lo triste es que entonces se arriba a la conclusión de que ya no hay nada por aprender, que uno es de una sola línea, que nada nos hará cambiar. Y se hace uno menos sabio porque se hace arrogante en el conocimiento adquirido. No se es capaz de hacer preguntas nuevas. No se escucha a otros sino el discurso aprendido hace tanto y que otorga una frágil seguridad ante la incertidumbre e inminencia del final.

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