viernes, 8 de noviembre de 2013

PARABOLA DEL LEGO



La vida pudiera ser menos complicada si cada uno de nosotros recibiera su juego de Lego al nacer. Sí, me doy cuenta de que habría un riesgo de asfixia para los niños menores de tres años. Pero cuando uno es lo suficientemente viejo, podemos aprender mucho de los Legos. 


He aprendido que:

Hay fortaleza en los números; cuando los ladrillos se juntan, se pueden lograr grandes cosas. El desastre puede ocurrir pero las piezas pueden ser juntadas de nuevo.

Cada ladrillo tiene un propósito; algunos son hechos para un lugar específico. La mayoría encaja en casi cualquier lugar, pero todos encajan en algún lugar.

El tiempo de juego es importante; a veces no importa qué construimos mientras que nos divirtamos.

No importa el color; un ladrillo azul encaja en el mismo lugar que uno rojo.

El tamaño no importa; cuando los pisamos en la oscuridad, un ladrillo de 2 x 2 causa el mismo dolor que uno de 2 x 8.

Ninguno es indispensable; si un ladrillo no está disponible, otro puede tomar su lugar.

Todos los hombres Lego son creados igual ( 1.5625 pulgadas de alto); lo que llegan a ser está limitado únicamente por la imaginación.

No siempre se obtiene lo planeado; a veces se saca algo mejor. Y si no fuese así, podemos intentarlo de nuevo.


Pensé en cada una de estas afirmaciones en cuanto se relaciona a la iglesia; algunas se aplican más que otras. Por ejemplo, la unidad es un concepto bíblico; cuando los cristianos se mantienen juntos, se pueden lograr grandes cosas.

Y es una importante verdad bíblica que cada cristiano tiene un propósito. Como Pablo lo describe en 1 Corintios 12 usando la analogía del cuerpo humano, algunos somos ojos; otros, manos; aún otros, pies; pero todos tenemos un propósito y rol.

Mientras que es técnicamente cierto que “nadie es indispensable”, la enseñanza de la Escritura es que cada uno es necesario y que el cuerpo sufre grandemente si no hacemos nuestra parte (1 Corintios 12:20).

La mejor comparación entre Legos y el cristianismo, sin embargo, es que somos ciertamente un edificio forjado por la mano de Dios mismo. Y cada cristiano es una parte de ese edificio—no uno de ladrillos de plástico—sino uno de “piedras vivas”.
“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, pero para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:4-5).

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