Después de un mes llegó mi cumpleaños y ¡Mi mamá me regaló el abrigo! Ella lo compró al día siguiente de escuchar mi deseo y lo guardó para el día indicado. Este recuerdo lo tengo en mi corazón siempre y se asemeja a un episodio que le tocó vivir a David.
David entonces estaba en el lugar fuerte, y la guarnición de los filisteos estaba en Belén. Y David tuvo un gran deseo y dijo: ¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!
Entonces los tres valientes irrumpieron en el campamento de los filisteos, y sacaron agua del pozo de Belén que estaba junto a la puerta, se la llevaron, y la trajeron a David; pero él no la quiso beber, sino que la derramó ante Jehová, y dijo: Lejos esté de mí, oh Jehová, que yo haga esto. ¿No es esto como la sangre de los hombres que fueron con peligro de su vida? Y no quiso beberla. Los tres valientes hicieron esto.
Se encontraban en tiempo de guerra, sus enemigos habían tomado Belén y David tiene un deseo. No fue una orden, simplemente un profundo deseo exhalado desde el fondo de su ser: “Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!”
Ese suspiro fue suficiente para que esos tres valientes se pusieran en marcha ¡qué emoción la de David al recibirlo! tal fue su impacto que no tomó una sola gota porque no se sentía digno, sino que lo ofreció a Dios.
La lealtad y amor que tenían por David los llevó a ir más allá de obedecer, sino de cumplir los deseos de su Rey. Esto me hace pensar que lo mismo debería suceder en mí con relación a los deseos de Dios.
Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo.
Todos los padres desean observar el crecimiento de sus hijos y se enorgullecen al hacerlo, cuánto más nuestro padre Dios en nuestro crecimiento espiritual. El Señor desea que busques ser como Cristo y no un niño. Es decir, que defiendas su palabra como Jesús lo hacía, que tengas comunión con Él, que la gente te conozca como un hombre maduro y de buen testimonio.
Ahora que conoces el deseo del Señor ¡es decisión tuya ir tras el! No importa si es una orden o no, si amas a Dios ¡esfuérzate! ¡Estudia la palabra, ora, congrégate, enséñala y pide que Él cambie tu vida! No importa lo que arriesgues, si tienes que dormir menos o renunciar a algo. Lo que importa es usar tu vida sin reserva por amor y lealtad.
¡Esfuérzate para cumplir el deseo del Rey!